12.12.11

Alberto de Mendoza (1923-2011)


«Yo soy porteñísimo. Nací en Maure y Cabildo, cuando tenía cuatro años de edad me quedé huérfano y fui a vivir a Madrid con mi abuela, Isidra, junto con mi hermana, Leonor. Sin entender, fui arrojando toda mi ropa por la borda, en el océano Atlántico y llegué con lo puesto. Estudié con los Escolapios (Jesuitas). Soy un chico que viene de una educación muy hipócrita, muy santurrona. Una infancia rodeado de tíos católicos y barrocos, empeñados en darme una rígida lección de moral. Como contrapartida, muchas tardes merendó chocolate humeante con tostadas en la mesa de Luis Manzano, un conocido autor de zarzuelas, con cuyos hijos estudiaba. Si nos portábamos bien el premio era una visita al teatro. La tarde en que me llevaron entre bastidores, supe de inmediato dónde estaría mi felicidad. y nos volvimos con mi hermana. En la tierra de mis antepasados encontré un padre sustituto: mi tío Tomás, un republicano que había sido prisionero en un campo de concentración francés y que con sus anécdotas y canciones de guerra lograba que yo, un niño terrible, lo mirara embelesado. Para ser mi tío preferido sólo le faltaba llevarme al teatro y fue eso lo que hizo varias veces, antes de viajar a Buenos Aires, la ciudad adonde el andaluz decidió venir a morir. Mi abuela murió a los 85 años, por una bomba, estalló la Guerra Civil y perdimos todo lo que teníamos, de un minuto para otro veo a mi casa señorial hecha pelota, escombros. Al cura que me dio la Primera Comunión lo veo con un cigarro en la boca y los sesos desparramados. Dejé el colegio en primer año, tomé a mi hermana de la mano e hice lo mismo que nueve años atrás, pero al revés: regresé a Buenos Aires con lo puesto. Nos embarcamos en el "Tucumán", un buque argentino que partía con los últimos refugiados. Nos volvimos con mi hermana a la Argentina en 1939, antes de que terminara la Guerra Civil Española.
«En el barco el "Tucumán", que salió de Marsella, había un chansonnier uruguayo, Carlos Casaravilla, alguna vez galán de Celia Gámez, que era bailarín. Los refugiados no teníamos camarote: dormíamos en la cubierta. Y para pasar el tiempo él bailaba y yo lo imitaba, hasta que empezó a enseñarme, así confirmé mi verdadera vocación. Con mi hermana llegamos a Puerto Nuevo y seguimos a la chusma. El desfile de polacos hambrientos atusándose sus inmensos mostachos y las italianas revoltosas corriendo desesperadas por su porción de mate cocido y ese ruido inolvidable de los tazones de lata del mate cocido y el Hotel de Inmigrantes y el olor a pescado podrido en el puerto y nosotros dos solitos, Dios mío, ¿qué vamos a hacer?
«En ese entonces tenía catorce años. Cuando llegamos conseguí trabajo de cadete en una tintorería; por las noches bailaba en los boliches del Bajo. Me gustaba mucho la noche y la ciudad y el mundo del espectáculo. Me enamoré de Buenos Aires. Cuando leo a Roberto Arlt, el amor es total...
«Como a los dieciocho años quiero hacerme actor profesional. Le pido a Enrique de Rosas un papelito. Me da la oportunidad: tengo que decir algo así como: "Señor, está el señor Rodolfo ajuera; quiere hablar con usted." Llega el momento. El traspunte me empuja: "Dale, pendejo, adentro". Y salgo, y no me sale una palabra. Y el otro actor me dice: "Ah, ya sé, está el señor Rodolfo afuera y quiere hablar conmigo." De Rosas me raja. Tozudo como descendiente de vascos, seguí. Me entero de que van a poner Filomena Marturano. Me presento ante Luis Motura y Tita Merello. El tano me pregunta qué hice antes. Le digo: "Soy bailarín". Me pregunta: "¿Sos mariquita vos?. Le juro que no. Insisto en el pedido. Motura me dice: "Ma'no, vo so demasiado fino para hacer de plomero". Tita se mete y le dice: "Yo sé lo que te digo: probá al pibe éste". Después Tita me insulta un poco y me hace meter en el papel: "Pibe, vos dame bola a mí". Y yo debuto y los críticos hablan de Alberto de Mendoza, un actor de enorme naturalidad y enorme sobriedad y enorme seguridad. Y yo me siento Vittorio Gassman. Toco el cielo. La gente ya se fija en el nuevo galán.
«Añoro el Buenos Aires de los cabarets, de El Tropezón, del Politeama, de Pichuco. De Discepolín... Todo ha cambiado mucho, es cierto, pero esta ciudad siempre tiene algo que me seduce. Y a veces siento que ya es momento de volver, ya sea a morir sobre un escenario o a darle de comer a las palomas en Plaza de Mayo. Pero terminar aquí, en este asfalto...
«Me bebí ochenta bodegas, fumé lo que diez personas juntas en toda su vida, hice todas las picardías posibles... Y aquí estoy entero y feliz.
«Falta Daniel, sí y eso duele. Pero la vida me dio tantas cosas buenas que esta mala me la tengo que bancar sin reproches...»

Fuente: Revista Gente, agosto 1993
Citado en http://albertodemendoza.com.ar/



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